
"El mayor peligro de los dones espirituales es que pueden ser amados más que Dios mismo." -
A.W. Tozer
Es peligroso enamorarnos más del don que del Dador. La iglesia de hoy enfrenta una crisis silenciosa: muchos han cambiado el llamado a desarrollar el potencial de otros por una búsqueda insaciable de experiencias espirituales externas. Anhelamos "palabras proféticas", pero descuidamos la Palabra escrita; buscamos desesperadamente a "predicadores ungidos" que nos hablen de parte de Dios, mientras pasamos por alto los recursos que tenemos dentro de nuestras propias comunidades de fe.
La búsqueda constante del “don especial”
En muchos círculos eclesiásticos, la espiritualidad se ha reducido a una cacería de profetas, “los ministros del momento” y milagros sobrenaturales. Esto no es nuevo. En tiempos de Jesús, multitudes le seguían porque querían pan y señales (Juan 6:26), pero pocos estaban dispuestos a cargar su cruz y seguirle realmente.
El problema no está en el don en sí, sino en cómo nos volvemos dependientes de él, buscando siempre el don de los demás como si fuera más importante que nuestra relación personal con Dios. Nos fascinamos por cómo alguien predica, canta o enseña, y nos dejamos cautivar por su habilidad, mientras descuidamos nuestra propia vida espiritual y el llamado a edificar la iglesia de manera integral. Nos lleva a seguir, con ansias, los dones de otros, olvidando que lo que realmente debemos buscar es una vida plena en comunión con Dios, que trasciende cualquier habilidad o ministerio.
Anhelar los dones no es el issue en discusión o problema; de hecho, Pablo exhorta a que anhelemos los dones espirituales (1 Corintios 14:1), especialmente el de la profecía, pues estos son para la edificación del cuerpo de Cristo. Sin embargo, lo que nos recuerda Pablo es que debemos buscar siempre el mejor don – es decir, el amor (1 Corintios 13), porque, aunque los dones son importantes, lo esencial es nuestra relación con el Señor. Los dones no deben desviar nuestra mirada de Jesús, quien es el Dador y la razón por la cual ejercemos cualquier don. Es Cristo quien edifica su iglesia, y a Él debemos enfocar nuestra vida y adoración, más allá de las manifestaciones espirituales.
Por otro lado están quienes comercializan su don, sabiendo que al ser usados por Dios, se abren puertas, y los invitan a todos los lugares. Sin embargo, al recibir estas oportunidades, muchos olvidan de congregarse, su responsabilidad de edificar la iglesia y se convierten en estrellas fugaces del ministerio.
Pero no solo son responsables los que ejercen el don de esta manera, sino también aquellos que los invitan, (no es que no se inviten ministros) pues al estar más enfocados en el don que en el Dador, caen en el error de hacer que dependamos de estas figuras en lugar de fortalecer la iglesia desde la base, con una verdadera relación con Dios. Podemos honrar lo que Dios le ha permitido tener a otros por su gracia sin ser idólatras de su don.

Llamados a desarrollar los dones de otros
Uno de los grandes errores pastorales es olvidar que nuestro rol no es solo ejercer un don, sino multiplicar los dones en otros. Efesios 4:11-12 nos recuerda que los ministerios son dados “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”.
En el griego original, la palabra traducida como “perfeccionar” es καταρτισμός (katartismós), que significa equipar, capacitar, restaurar o preparar completamente. Este término también se usaba en el griego clásico para referirse a arreglar redes de pesca (Mateo 4:21) o restaurar un hueso dislocado.
En el contexto de Efesios 4:12, “perfeccionar” no se refiere a alcanzar un estado de impecabilidad, sino a equipar, restaurar o capacitar a los creyentes para que puedan servir en la obra del ministerio y edificar el cuerpo de Cristo. Importante, no fuimos llamados a hacer todo el trabajo, sino a equipar a otros.
Cuando los líderes se aferran a sus dones y a los de otros, no tienden a capacitar a otros, creando iglesias dependientes y no discípulos maduros. El verdadero éxito pastoral no está en cuánto hacemos, sino en cuántos otros pueden hacer porque los hemos capacitado.

Regresando a la centralidad de la Palabra
El Espíritu Santo sigue hablando y usando a hombres y mujeres de Dios hoy, pero nunca contradecirá lo que ya ha revelado en la Biblia. Cuando priorizamos la búsqueda de experiencias sobre la búsqueda de Dios, nos enfocamos en el deseo de que Él nos hable constantemente a través de otros. En ocasiones, buscamos tener a estas personas en nuestras congregaciones por el simple hecho de anhelar escuchar lo que deseamos y no lo que Dios quiere hablar. Pablo advirtió sobre esto en 2 Timoteo 4:3-4, cuando dijo que llegaría el tiempo en que la gente buscaría maestros que les dijeran lo que querían oír en vez de la sana doctrina.
Si queremos una iglesia fuerte, debemos volver a la Palabra. Necesitamos líderes que no solo predican, sino que enseñan a otros a conocer a Dios por sí mismos. Necesitamos congregaciones que no dependan solo del don de los de afuera, sino que vivan en comunión con Dios y su palabra.
Dios da dones para edificar su iglesia, pero nunca para reemplazarlo a Él. No se trata de buscar más profecías, más señales o más “experiencias ungidas”, sino de profundizar nuestra relación con Cristo. Como pastores y líderes, nuestro mayor llamado es equipar a otros, no hacer que dependan de nosotros. La iglesia fuerte no es la que sigue a los dones, sino la que sigue al Dador de ellos.
En Mateo 7:21-23, Jesús nos recuerda que no basta con tener dones espirituales si no tenemos una relación verdadera con Él: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Entonces les declararé: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’.” Este pasaje subraya que los dones no son lo que nos salva ni nos define, sino nuestra relación con el Dador.
En una ocasión, un joven le preguntó a un evangelista muy conocido sobre cuántos dones él tenía. El joven probablemente esperaba la respuesta de que él tenía todos los dones espirituales, el predicador le respondió: “Yo solamente tengo un solo don.” El joven, un tanto confundido, miró al predicador esperando escuchar la respuesta que quería, pero no la obtuvo. El predicador continúa su contestación y ese don se llama Don Jesús. Si lo tienes a Él, “los tienes todo.”
Fue entonces cuando el rostro del joven cambió, pues comprendió que lo más importante no es cuanto dones tenemos, sino tener al más importante a Don Jesús, quien es el Dador del don más maravilloso, la salvación según; Efesios 2:8-9 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Amén!!!Dios lo bendiga varón de Dios!! 🙏