La Iglesia apostólica y la Iglesia perseguida tiene como común denominador a cristianos que, aferrados a la fe y profundamente comprometidos con la causa de Cristo estaban dispuestos a enfrentarse a la muerte. Cristianos que siguiendo el ejemplo de los apóstoles veían el morir por la causa de Cristo como un privilegio.
Ignacio de Antioquia, discípulo del apóstol Juan, era un firme defensor de la fe cristiana luchando contra diversas herejías que surgieron en ese momento. Fue arrestado y llevado a Roma para enfrentar su martirio (120 d.C aproximadamente). Interesantemente durante su viaje hacia Roma escribió cartas a diferentes comunidades cristianas, exhortándoles a mantenerse fieles a su fe y a no interceder en su nombre para evitar el martirio, el cual, según la tradición, consistiría en ser devorado por leones.
“no me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios en tanto que hay el altar preparado”
Ignacio de Antioquia a Los Romanos
¿Qué clase de persona pide que no intercedan para evitar su injustificada muerte, cuando nuestro instinto natural es aferrarnos a la vida? Alguien que descubrió algo por lo que valía la pena morir. Alguien que ve su propio martirio como un privilegio y en ello se gloría.
Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.
Filipenses 1:21 (RVR1960)
La arena humedecida por la sangre inocente de aquellos cristianos no causó el estancamiento ni el retroceso del cristianismo, lejos de eso se animaban a seguir creyendo en Jesús y a emular el sacrificio de sus hermanos en la fe por la causa de Cristo. Así como los hebreos en Egipto, que cuanto más los oprimían, más se multiplicaban, el crecimiento del cristianismo era imbatible. Vivían en un continuo derroche de los frutos del Espíritu Santo. El amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza eran sus cualidades. Era el mismo carácter de Cristo formado en ellos.
No se sentían defraudados, porque entendían que el evangelio no es sinónimo a exoneración de problemas. Jesús hizo la “peor”, pero más honesta propaganda, de lo que significaba seguirle.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Mateo 16:24 (RVR1960)
Jesús se aseguró de que nadie pudiera decir que fue engañado con promesas de una vida ausente de conflictos para seguirle. Cualquier director de marketing diría que lo que hizo Jesús fue una pésima presentación de lo que significaría seguirle si es que acaso quería que alguien le siguiera. Nadie en su sano juicio recluta gente presentando los conflictos implicados al decir “sí”. Esas son las letras pequeñas que quien escribe un contrato no quiere que usted lea. Pero Jesús hace la más honesta y fiel representación de lo que significaría seguirle.
El ejemplo implicado es uno con el que aquella generación estaba familiarizada. Cada tanto, veían cuando los romanos llevaban a alguien, que acusado de sedición o traición, lo torturaban para luego crucificarlo. La crucifixión era una forma de ejecución especialmente brutal y degradante, que estaba diseñada, no solo para infligir un castigo físico severo, sino también para deshonrar públicamente al condenado y servir como advertencia para otros.
Tomar la cruz y seguir a Jesús no es solo la crucifixión. Es que el proceso de condena de los romanos del que Jesús está haciendo uso, involucraba también ser sometido a una flagelación o azotamiento. Una vez flagelado, el condenado cargaba con el "patibulum, que era la viga horizontal de la cruz. Sus manos serían clavadas en la viga horizontal y sus pies en la viga vertical. El condenado experimentaba un intenso sufrimiento debido a la posición y la falta de soporte para el cuerpo. La presión en el pecho y los pulmones dificultaba la respiración y llevaba a la asfixia. A veces, para acelerar la muerte, los verdugos podían romper las piernas del condenado, impidiéndole levantarse y respirar adecuadamente. La agonía podía durar horas o incluso días antes de que el condenado finalmente muriera.
Cuando Jesús dijo “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” todo esto que acabo de describir en el párrafo anterior era lo que aquella audiencia tenía en su mente. Ellos conocían muy bien el proceso de tortura, humillación y muerte que era la crucifixión. Y mientras Jesús decía aquellas palabras, se iban creando todas esas imágenes en la mente de ellos.
Jesús presentó una clara imagen de lo que significaría seguirle, siendo él mismo el primero en padecer. Con sus hechos trazaba el camino a los apóstoles y estos a su vez a la segunda generación de líderes de la Iglesia. Con la excepción de Juan, según la tradición, el resto de los apóstoles fueron martirizados. Pero ni aun Juan se libró del sufrimiento por la causa de Cristo. Fue desterrado a la isla de Patmos, que era aislada y con un clima árido. El lugar carecía de recursos naturales significativos y estaba expuesto a los vientos y al calor del verano. No había una fuente de agua dulce abundante, lo que dificultaba la supervivencia en la isla. A pesar de ser el único que murió de causas naturales, en su vida experimentó profundo dolor por la causa de Cristo.
La segunda generación de líderes de la Iglesia no fue una excepción a los sufrimientos. Primero la Iglesia apostólica, luego la Iglesia perseguida. En ambos periodos, la Iglesia tuvo líderes dispuestos a tomar la cruz y seguir a Jesús. Esas primeras generaciones de cristianos se forjaron en el calor de la persecución, y es difícil hallar una fe fingida donde la fe en Cristo tiene pena de muerte.
Este escrito es un extracto del primer capítulo del libro Legatarios. ¡Adquiérelo ya!
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